En la cultura nipona, la belleza del alma puede verse en las pequeñas cosas y se reconoce, junto con la mortalidad, como partes inherentes en la vida. Para el budismo, el Sakura, o árbol del cerezo, simboliza la divinidad de lo efímero y de la naturaleza fugaz de la vida y se asocia con períodos vitales de transformación.

Como cada mes de marzo, la floración del árbol del cerezo es corta y efímera y millones de personas aprovechan su tiempo libre para acudir a parques, templos y caminos a contemplar la explosión de flores de sakura y a disfrutar de lo que ellos llaman el “Hanami” o “el acto de contemplar flores”.

Sin embargo, existe una variedad de sakura que se conoce como “Jugatsuzakura” y significa “el sakura de octubre”. A diferencia del resto, esta variedad de cerezo florece en otoño e invierno con escasas y pequeñas flores que mezclan los colores del otoño con el blanco de la nieve en invierno.